La suerte


El mundo se podría haber resumido en unas manos en aquel momento, al menos el mío. Literalmente me había salvado la vida. Llevábamos tres semanas saliendo cuando me tropecé en el metro e iba a caer a la vía.

Suerte que me acompañase, suerte que supiera reaccionar y suerte de la capucha de mi cazadora. Todo fue cuestión de suerte. Mi hermana no había tenido tanta cuando en un accidente parecido, había perdido la vida.

Lo presenté con tanta fascinación que toda mi familia lo adoraba en cuestión de días. Que si David esto que si tráelo a comer. Todo el día igual, y a él parecía no importarle. Tres semanas eh, 21 días y ya estaba metido en mi casa.

No sé muy bien cómo pasó, pero mis padres tomaron las riendas de mi relación. A los seis meses estábamos viviendo juntos. Casi me vendieron; casi. Desde lo de mi hermana mis padres se comportaban como si necesitase que me llevaran de la mano, como una niña pequeña.

Tal vez si yo no hubiera sido tan torpe de ir a matarme en nuestra sexta o séptima cita, David no hubiera pensado que yo necesitaba que me protegiera las 24 horas del día de todo lo que no fuera él.

Eso, y que yo tampoco es que sea un cerebro. Siempre la cagaba en todo. Y cuando digo siempre quiero decir SIEMPRE. Ay pero es que estaba tan guapo cuando se enfadaba. Tenía unos ojos negros pero negros eh, y cuando yo hacía alguna tontería comenzaban a brillar como si no hubiera más que esa luz en la habitación.

Recuerdo la última vez que le vi, cayéndose por la azotea de la casa de mis padres. Él tampoco tuvo tanta suerte.

 

 

Reto Ray Bradbury Semana VIII

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