El iris muerto


Cuando yo tenía ocho años, nuestro mundo se rompió. Mi padre, mis abuelos y dos de mis hermanos fueron a por el nuevo sofá y nunca volvieron. Lo peor no fue que murieran, sino que mamá tuvo que ir a reconocer los cadáveres. Ninguna persona debería ver eso.

Ella no lloraba, no quería que yo estuviera preocupada, pero era imposible no darse cuenta. En clase me enseñaron que la parte de color del ojo se llama iris. El iris de mamá está muerto.  El accidente de  coche la convirtió en un robot que trabajaba 16 horas al día y que, cuando llegaba a casa de noche y agotada, sólo quisiera dormir.

Ana, que entonces ya había cumplido los catorce, se encargaba de todo. No sé en qué momento vendimos la casa y me cambié de colegio. Mi hermana dejó sus estudios y limpiaba la casa, me cuidaba, preparaba la comida y me ayudaba con los deberes. Papá siempre había dicho que podría ser una gran maestra, así que guardó esas palabras dentro de su estómago y se las tragó, junto con todo lo que nos recordaba a él.

Yo me sentía muy mal, la verdad. Silvia era mi melliza, y ahora yo estaba solita en el mundo. Siempre habíamos estado juntas, pero aquella tarde nos peleamos por un juguete y yo no quise ir con ella, y ojalá me hubiera muerto yo también. La echo tanto de menos.

Ana dice que tenemos que perdonar a mamá, que ella es quien peor lo está pasando. Debe ser verdad, pero cada vez que pienso en los abrazos que me daba papá al llegar a casa del trabajo, o lo segura que me sentía cuando Sara alargaba su mano hasta mi cama en medio de la noche, pienso que mamá no puede estar más triste que yo.

Pero creo que últimamente las cosas han mejorado. Mamá no llora ya todos los días y Ana tiene novio. Se llama Javier y tiene el pelo naranja. Es muy gracioso y tiene pecas en las manos. Dice que un día las vamos a contar juntos. Ayer hicieron dos años juntos, mamá me lo dijo mientras preparábamos una pizza para las dos.

Esta mañana me he levantado y estaban las dos hablando en el salón. Ana lloraba y mamá estaba muy quieta mirando una caja que tenía entre sus manos, pero entonces le dio un abrazo y empezó a reír.

Javier se ha mudado a casa y yo duermo con el bebé, y cuando tiene miedo, le cojo la manita por la noche. Es tan pequeña y huele tan bien, tan blandita que me da miedo hacerle pupa. Tiene lo iris azules. Creo que los de mamá están vivos otra vez.

 

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