Me desperté muy temprano, miré por la ventana y había amanecido hace poco. El cielo aún no era azul del todo. Me dolía la espalda, cosas de dormir en el sofá, probablemente; pero es que la cama ya no me daba tregua. Subí las escaleras sin hacer ruido, pese a estar sola en casa. Claro que en un caserón así de viejo nunca se está sola del todo, ¿no? En un acto reflejo me iba a mirar en el espejo del baño. Me volví a medio camino, no estaba segura de si había llegado a ponerlo aún. Puede que esta casa fuera más vieja que mis seis hermanos y yo juntos, pero para mí, que la acababa de comprar, aún era nueva; todo estaba por estrenar. Todo excepto, claro está, la cama. Me lo habían advertido los de la inmobiliaria, pero no me pude resistir, tan grande, con un dosel de seda blanco y ese cabecero con ángeles tallados me conquistaron. Me sentía como una princesa. Todo eso fue antes de las pesadillas, ahora ni podía dormir ni me sentía como una princesa. Aquella figura sin apenas definir, borrosa, tal vez hombre tal vez mujer, me perseguía. Se convirtió el dormir en mi mayor miedo.
Y, cuando me asomé a la ventana y vi a esa figura, a ese borrón de tinta china que me aterraba apoyado en un árbol de mi nuevo jardín… Bueno, no soy capaz de recordar lo que pasó. Por eso hice lo que hice; por eso ahora estoy atada para siempre a esta casa. Por eso yo también soy ahora un borrón de tinta.
Publicado originalmente en L’as cagao Lorrie Moore.