La bruma de aquella mañana era espesa, difícil. De camino al gimnasio, Alicia pensó que tal vez habría sido mala idea ir, que las nubes siempre le causan dolor de cabeza y que era probable que se le mantuviera todo el día.
Tenía que hacer deporte, tenía que perder aquellos kilos que la acosaban hora tras hora. En el espejo del gimnasio, entre una señora con una camiseta llena de agujeros y leggins de Bob Esponja y una chica con músculos hasta en el cuello se sintió como una estafadora. A veces lloraba imaginando qué dirían de ella, qué pensarían de la gorda esa que corría en la cinta hora tras hora y no perdía un kilo.
Le daba casi vergüenza y, de hecho, había estado por cambiarse de gimnasio, pero su madre le había prohibido cambiar otra vez.
― No somos ricos, no podemos andar pagando matrícula tras matrícula.
En el fondo lo entendía. Era la hija del medio y nadie se paraba a pensar si necesitaba algo, simplemente le daban lo básico y que se buscara la vida. Marga, su hermana mayor, pesaba cerca de noventa kilos y ella no pensaba permitir que le sucediera lo mismo.
Lo peor de todo no era que fuera una gorda (que ya era grave de por sí, evidentemente) lo más difícil de entender era que no le importase. No parecía molestarle tener que comprarse pantalones en tiendas de tallas grandes o que no le cupiera la ropa de sus amigas. Ella pensaba que la culpa era de los tíos. Susana, su mejor amiga de toda la vida, le decía que lo peor que te podía pasar en la vida era ser gorda y, después, no tener tetas.
― No te agobies, Ali, que todos sabemos que tu hermana liga porque tiene las tetas grandes. Pero vamos que ya sabes las cosas que se dicen de ella.
Era cierto. Más de una vez había llegado con un chupetón a casa sin tener novio y Alicia rápidamente lo contó en el Instituto. Sin embargo, parecía que a Marga seguía dándole igual.
― Mira, déjala, si a ella le da igual que los tíos solamente la quieran para una cosa no es tu culpa. Pero tú te tienes que hacer respetar. Las gordas no pueden, no es culpa suya.
Y así empezó Alicia a darse cuenta de que se ponía demasiadas veces cosas del armario de su hermana. Empezó a atacar el de la pequeña, Belén. Pero le quedaban tan ajustados que era imposible moverse. Todas sus amigas utilizaban ropa de sus hermanos pequeños, pero estaba tan gorda que ella no podía.
Mirándose en el espejo del gimnasio, durante las vacaciones de verano, Alicia se sentía mal. Se hizo un selfie, que era lo que la motivaba a seguir acudiendo día tras día. “Bravo gordi, a bajar esos kilillos”, “Operación bikini fase 4”, “Tía si eres monísima a ti no te hace falta nada” u “Ole esa morena” eran algunos de los comentarios que aparecían en su perfil con frecuencia. Y si no subía una foto antes de entrenar nadie se creería que había ido al gimnasio.
El día antes se había liado con un chico de su clase. A ella en realidad le gustaba otro, pero pasaba un poco de ella. Y total, este estaba allí, ¿por qué no aprovechar? Es que si no se liaban el chaval diría que la había rechazado por gorda y eso no podía ser.
Cuando llegó a casa, su madre la sentó en el sofá y le puso un documental en la tele sobre la anorexia. Qué sabría su madre que utilizaba una 42.
Reto Ray Bradbury Semana XV
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