Miedo al miedo


El concepto alienado siempre me ha hecho imaginar personas con cabezas enormes y sin orejas ni nariz. Puede que, sin embargo, cuando te alienas a un concepto en realidad estés haciendo eso, quitándote tu propia capacidad de respirar y de escuchar al resto del mundo.

Lucía me daba la mano desde fuera, yo lo sé. Ella intentaba ayudarme a que no sufriera ni lo pasara mal, pero la propia sugestión del momento es lo peor que puede sucederte. Te quedas paralizado, como si estuvieras congelándote en el tiempo por cinco minutos que se convierte en horas y segundos a la vez.

Mi padre siempre decía que la verdad es un arma muy poderosa. Qué equivocado estaba. El miedo, el miedo sí que es poderoso. El miedo puede hacer que se derrumben hogares, parejas, vidas, imperios y gobiernos. El miedo provoca tanto miedo que destruye por dentro a la persona que lo tiene.

El líquido ese que me hacían absorber por la nariz y que me estaba resecando las venas como si de unos espaguetis congelados se tratase me rompía por dentro. Había insistido tanto en esa prueba (y en todas las demás) después de que mi padre hubiera muerto por lo mismo que marcharme en medio de la intervención no parecía una buena idea.

Pero claro, todo eso lo había hecho el miedo. El miedo se había colocado en mis entrañas y nada, que no salía de ahí. No se iba ni con agua caliente, ni con recuerdos amables, ni siquiera con  un poco de ginebra con limón.

El miedo mata.

Eso lo sé mejor que nadie. Acabo de morir por un ataque al corazón. ¿El motivo? El propio miedo a morir por un ataque al corazón.

 

Reto Ray Bradbury Semana XI

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